Una acción vital que para muchos es básica se convierte en una forma de escape para ellos. Hacerlo de forma consciente les ha salvado la vida, no solo porque les evita enfrentarse a sus victimarios: les ayuda a pensar con más claridad que sus agresores. Inhalar y exhalar. La vida misma depende de eso.
Cada semana, en Colombia, se registran casos de agresiones a personas trans. Y si bien los más sonados son sobre mujeres violentadas, lo cierto es que hay un subregistro de hechos violentos contra hombres de este colectivo en el país. Aunque la visibilización de transfeminicidios es primordial para transformar esa realidad, también es importante recordar que estas problemáticas no son exclusivas de las mujeres trans. Uno de los casos más recordados es el de Carlos Torres, un joven que murió el 5 de diciembre de 2015 tras estar en una Unidad Permanente de Justicia (UPJ).
El hombre trans había sido detenido por la Policía. Lo que dijo la institución, en ese momento, fue que se suicidó mientras estaba bajo su custodia. Sin embargo, su familia, organizaciones y activistas han denunciado irregularidades y presuntas agresiones por parte de agentes antes de su fallecimiento.
“Es un caso muy sospechoso que sigue sin esclarecerse. A través del prejuicio y el odio con quienes somos diferentes, se normaliza la violencia contra las personas”, dice Simón Uribe Durán, un reconocido activista trans y magíster en Estudios Culturales de la Universidad de los Andes.
En eso coincide Jhonnatan Espinosa, otro de los hombres trans que más ha luchado por los derechos humanos de la comunidad en Bogotá y quien ha estado liderando varias reuniones de colectivos. “Estamos expuestos a muchas formas de violencia a diario. Desde nuestras casas hasta la calle. La seguridad es reducida para nosotros”.
Llega del trabajo. Se baña la cara. Respira. Ve la noticia de la agresión a una persona trans. Se queda callado. Silencio. En el ambiente hay una mezcla de indignación y rabia. El brillo de sus ojos se eclipsa con los nuevos sentimientos. “Cuando una persona trans es asesinada, somos todas en potencia”, piensa.
Simón Uribe es experto en temas de género y sexualidad. Durante su vida, se ha dedicado a leer, estudiar, aprender y explicar todo lo relacionado sobre estos asuntos. Se convirtió en una obsesión para él desde que, a manera de espejo retrovisor, se dio cuenta de todo lo que había pasado en su vida durante su infancia y adolescencia.
Nació en Bucaramanga. Su familia es de Girón (Santander) y se crió en la sociedad de los 90. Eran momentos donde primaba la educación tradicional, poco se hablaba de los LGBTIQ (Lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersexual y queer) y eran aún más fuertes las imposiciones de género, algo que sigue sucediendo en muchos núcleos familiares del país.
En algo es enfático Simón y es que pese las agresiones constantes, no se puede caer en la victimización. “Sí, hay violencias, pero como dice Paul Preciado —un filósofo español trans y uno de sus principales referentes—: ‘nunca esa norma y sus violencias van a ser más fuertes que la vitalidad y gozo que vivo como hombre trans’. Muchos sabemos que esa violencia y esas dificultades están, pero no nos quedamos ahí. Hay una historia muy grande de resiliencia. Tuve mucho miedo, muchos años, pero me di cuenta de que esos fantasmas de los otros no valían la pena. Nunca va a haber algo tan bello como esta identidad consciente, esta autonomía corporal”.
Ser trans en Colombia es un desafío. Las historias de vida de cada una de las personas de esta comunidad son la muestra de la supervivencia en una sociedad que aún no acepta la diferencia. Hay avances, claro, pero sigue siendo un desafío diario. Los hechos hablan por sí mismos: la transfobia es una realidad en Colombia. Pero no debería ser permanente; se puede transformar.

Fuente: El Tiempo, Diverso Ecuador