
El matrimonio es una institución muy antigua, pero evidentemente vigente. Especialmente desde su secularización ha sufrido un sinfín de modificaciones y en esta línea esta semana el Senado aprobó en primer trámite constitucional el proyecto sobre matrimonio igualitario. Algunos detractores señalaron que éste desdibuja su sentido natural y exclusivo de acoger la procreación, pero ese es solo uno de sus fines.
El matrimonio, mirado en su mejor luz, es un espacio privilegiado para que dos personas proyecten juntas sus vidas, se presten apoyo, se amen y puedan formar una familia, con todos los sacrificios y renuncias que eso supone. La infertilidad será un problema para muchos, ya sea que conformen una pareja de heterosexuales u homosexuales. Ahí estará disponible la adopción y también las técnicas de reproducción asistida.
Otras voces, como la sentencia rol 7774-2020 del TC, indican que tras este cambio se abre la puerta a la poligamia o el matrimonio con niños. Estos fantasmas deben ser disipados, pues no se cambia el que este sea para dos personas que se deben fidelidad, que sean mayores de edad y que exista consentimiento válido. Lo único que realmente cambia, es que dos personas de un mismo sexo pueden acceder a él, nada más, pero nada menos. En palabras del juez Kennedy, de la Corte Suprema de Estados Unidos, en el caso Obergefell v. Hodges, la demanda de la comunidad LGTBIQ+ es una imbuida por un profundo respeto a la institución del matrimonio, una donde solicitan “no ser condenados a vivir una vida en soledad, excluidos de una de las instituciones más antiguas de la civilización. Ellos solicitan igual dignidad en los ojos de la ley”. Esperemos que, al igual que en otras latitudes, nuestra Constitución les reconozca este derecho.
Fuentes: La Tercera , Portal Diverso Ecuador.